plazita de cielo, maceta de acero, cartilago de halago, camisa de soledad.

viernes, 5 de junio de 2015

CUANDO LA VIDA TE LLAMA SOSEGADA.



Escueto es mi  endeble confuso, mil bordes de arena entre mallas de espliego, manchan de lunas las lanzas asombradas que apuntan a un cielo lleno de arroyos, jazmines son mis manos como confines , tan blancas como la nieve del sol oscuro y nado en cielos que elevan muros de palabras tan profundas que sólo un hueco de vacios hace que se vuelvan los vuelos sueños y las mañanas manzanas indecisas,  las cascadas de tu mirada son para mi mil luces incendiarias, las cansadas baldas de mi espalda ya no aguantan tanta palabra y las noches son coladas blancas al viento desatadas, en ondas, en olas, en hordas cargadas de vocablos anudados a un caballo sin quemadura. Me veo pasar y sé que no soy yo, sangro y no es mi sangre la que mana afilada por el romero del hueco de mis venas valencianas, que como arcaduces de luz limitan mi anatomía de mangrana reventada, papelitos de colores y zapatitos de tacón, farolillos de plata  en la perspectiva de un balcón, iluminan y conforman  el planear de la mejilla blanca y encarnada por el columnar armónico de cien lunas que gritan, que se atan, a  un árbol de fuego encaramadas  , por el besar de un puñalito tan único, como el sofoco de un alacrán embalsamado en  ácido bórico, verbo de ese todo que necesita una arcada para verte pasar como un vuelo de aire exento de paso, en el vuelo de una nebulosa en carne viva se cierne  una plaza dura y doblada de filas de uvas frías iluminadas, mientras el minutero casi muerto de una torre con broche de aldea casi olvidada,  oscila en correcta composición, llevándose en su paso lo que un día fueron lluvia y yugulares, besos y lunares, miedos de pasión. Allá a lo lejos,  montes de cemento gris se elevan en mi superficie evitada, sin esfuerzo tenía la mañana una arañazo que padecía marfiles y astrágalos de cera y en sus bocas palidecían palmeras de capas ámbar y ojos carmesí hacían las veces de punteros que señalaban  cruces de desperezo, valientes hojas se dejaban llevar por el aliento de los gigantes y sólo un paraguas teme el agua que un sol de oro escupe quebrando las venas de los bailarines con enjambres de corolas en sus pies de cintas y dedos llenos de miedo como bueyes bocaarriba. A la izquierda el cielo despedazado intenta reunirse como un mar y es en la mirada de una vela donde su fuego se come los trigos de la primavera primera. Nada parece deleite en el mercurio verde de mis ojos, la noche tenía una furtiva hendidura y el embozo era del ojo indiscreto, la imagen  que se  ve a través de la cerradura, mientras, despacio, con sigililo, mi alma se escapa por la rendija escondida de tu ventana.



Cuatro sombras que son palomas,
cuatro sombras todas tordas,
cuatro sombras que andan solas,
cuatro sombras sordas, sordas,
cuatro sombras rojas, muy rojas,
cuatro sombras, como cuatro pétalos de rosas.